Alex Villanueva
Fueron cinco años se sufrimiento. Días y noches llenas de incertidumbre que parecían no terminar. La familia de Arturo buscó hasta en los lugares más inhóspitos, siempre regresando con las manos y el corazón vacío.
Hoy Arturo regresó a los brazos de su madre y permanecerá en también brindando un poco de consuelo a su hermana, aunque no de la forma en que ellas lo necesitaban.
Vestidos todos de blanco; familiares, vecinos, conocidos , amigos y compañeros de la escuela, llegan a casa de Arturo. Ya no tienen 14 años, ahora tienen casi 20 y conocen un poco más el significado de la palabra dolor.
El mariachi retumba en la pequeña sala donde yace el féretro blanco con toques dorados, y tras varias canciones, entraron uno a uno para despedirse.
Julio recuerda a Arturo siempre sonriente. Con una fascinación por los autos deportivos y la humildad con la que siempre caracterizó.
"Éramos muy niños, apenas íbamos en secundaria. Si le tocabas el tema de cualquier auto, te daba una cátedra hasta del motor que traía, conmigo siempre fue a toda madre", cuenta el muchacho mientras deja una flor blanca sobre el ataúd.
Tras el paso de los jóvenes, ocho mujeres adultas inician un rezo que se escucha en los alrededores tras el silencio que guardan todos los asistentes.
"¡Sonrían! Él era muy alegre y por fin está con nosotros. Rían de que está con nosotros", dice una mujer desde afuera a la vez que se limpia una lágrima con rímel en tono oscuro.
Desde ese momento algo cambió y la presencia de Arturo se hizo cada vez más fuerte. Por fin regresó a casa y existe aunque sea un motivo por el cual alegrarse: la amarga travesía de búsqueda, por fin terminó.
La risa de Arturo ya no se escuchará en casa, las melodías que sabía tocar en la guitarra ya no alegrarán sus tardes, pero su esencia permanecerá intacto en los corazones de su familia, quienes ahora solo lucharán por justicia.
Hasta pronto, Arturo.